Un día como en el año 2000 fallece el poeta peruano César Calvo, uno de los más destacados miembros de la Generación del 60. Sus mejores poemarios se reunieron en “Pedestal para nadie”, en el que figuran “Poemas bajo tierra”, “Ensayo a dos voces” (coescrito con Javier Heraud), “Ausencias y retardos”, “El último poema de Volcek Kalsaretz”, “El cetro de los jóvenes”, “Pedestal para nadie”, “Cancionario” y un poema largo considerado como lo mejor suyo: “Para Elsa, poco antes de partir”. Nace el 26 de julio de 1940, en Lima.
El poeta también fue narrador. Sobre la base de una conversación, usando ayahuasca, con un brujo amazónico, el “shirimpiare” Ino Moxo, escribió “Las tres mitades de Ino Moxo”, una novela de aliento épico. Allí incorpora los saberes y decires de la Amazonía, y una visión del saber mestizo: Ino Moxo era hijo de un cauchero, raptado por los aborígenes amawaka para educarlo como su líder.
CIUDAD DE LOS REYES
Pero esta noche Clayton es tan solo una carta,
entre cuyos renglones deambulan tres o cuatro carajos,
referencias más o menos precisas al porqué y para qué,
y la sueco rumana descarada que hizo de mi vida
el paraíso más negro de que tengo memoria.
Ingenuamente Clayton quema sus naves en la quinta página,
y habla de la vida que puede terminar en el amor,
aunque supone que hemos de estar en pie toda la noche
para alcanzar esa aurora.
Carta la suya que no leí antes debido me imagino
a un sorprendente instinto de conservación
y también, aceptémoslo, a que ignoro el inglés
Ya que se insiste en ella sobre lo que subyace debajo de los muertos,
el arte no es el mar sino tan solo lo que sostiene al mar y flota en él,
y me pregunta Clayton, se pregunta,
¿porqué nos es tan duro vivir en este mundo?
y luego de maldecir la reputación Maidenform de las limeñas
a fin de cuentas, que sentido tiene, porqué debo morir.
Entre tanto, es de noche, no hace frío y han pasado tres años.
Puedo decir que vivo, que he vivido como un condenado,
que escribí dos poemas aceptables
y mandé traducir el postergado y largo mensaje del buen Clayton.
Tres años han pasado, se han pedido refuerzos,
distintos personajes dicen las mismas cosas,
la sueco rumana fornica en la platea,
alguien grita y se arroja desde un palco, llueve en el escenario,
el público cansado de aplaudir y pifiar
se entretiene en desvestirse mutuamente, como quien no quiere la cosa
y yo dale que dale, impenitente, cubierto de basura,
preguntando porqué debo morir.
Cosa grave dirás, cuando ya no se busca el famoso sentido de la vida
y se rastrea en cambio una razón para irse al otro mundo
de allí que esto no sea sino una piedra para romper semáforos,
una señal de alarma, nada de soluciones,
aunque alguna palabra por su cuenta se lance a quitar hierbas del camino puesto que no hay camino, puesto que mi camino son mis pies
y tus pies son el tuyo.
Aquí entiendo porque te hablé al comienzo de Clayton y su carta,
todo este ansioso tiempo que pase sin leerla
he caminado sobre el mismo sitio,
como suele decirse, estuve cavando mi propia tumba,
y la inmovilidad no es precisamente la razón que buscaba.
Tú podrás explicarme
como fue que concebimos la peregrina idea de vivir,
la pendejada del amor eterno, toda esa gran fachada de cartón,
con destinos reducidos más tarde a tu saliva.
Séame permitido recordar ya en escena,
la platea colmada de verdugos oír sus manos rotas aplaudiendo
la caída del telón sobre nuestras cabezas, la triunfal seda de la Guillotina.
Séame permitido recordarte antes de ello,
largo gemido de oro en hoteles cubiertos por la nieve
y recordarme, verme, zapato desconfiado dibujando tu nombre
entre las hojas de la Place de Pepluie.
Creía, entonces, cosas, buscaba una palabra para sobrevivir.
Era Paris entonces un altillo del Hotel des Nations
y el amor como un pozo que cavamos a golpes en las noches feroces
sin saber que la vida requiere de la muerte, muriendo sin morir.
O es que una sola vez, bajo mi cuerpo
me viste tras de un vidrio humedecido, ordenaste llorando mis cabellos.
Si alguien ahora nos preguntara que cosa es un altillo, una moneda, Frank Sinatra cantando por un franco en la Gallerie de L´Odeon
sonara tu memoria como una casa sola
y yo envejecería estoy seguro en algún aeropuerto de esta tierra, esperándome.
Clayton tiene razón,
las únicas estrellas nos aguardan en el fondo del pozo
y solo son posibles cuando ya no lo son.
Nadie durmió jamás en un altillo,
Paris no existió nunca.
¿Que cosa es una noche frente al mar?
No hay mas ciudad que esta ciudad vacía
ni más sueño dorado que el insomnio,
estos papeles húmedos y vanos.
En las Casas de Cita, a estas alturas del verano
se insiste mas que nunca, hay buenos tragos.
Y si no hacemos el amor este año,
al menos, mirando hacia otro lado, haremos el amor.
No estaremos en pie toda la noche esperando la aurora
no por ello, querida, seremos más amargos,
no por ello seremos menos ágiles,
acaso así encontremos una buena razón para morir
y dejemos de ser, como dice Clayton
el cuerpo solitario en la ribera,
para ser la ribera, el río mismo,
dos cuerpos abrazados que al hundirse, se salvan.
PREGUNTAS Y PENUMBRAS
¿Y si de pronto huyeran
el valor y el destino
-como alas- de este pájaro
que me lleva a los vientos
o a la muerte?
Tal vez mañana mismo.
Si de pronto volara
de mi pecho
el corazón, cayera
como llave en un pozo:
¿Tú abrirías la puerta, cruzarías
al umbral a mi paso señalado?
Buscando entre los muertos
Es a ti a quien hablo,
a ti que creces
como una larga herida
en mi memoria, a ti que ignoras
como yo
los tatuajes de mi brazo. Es
a ti a quien hablo.
El cuerpo del hermano.
Bajo mi cuerpo
tiéndete, acerca tus oídos
a la tierra: ¿Oyes cómo mis manos
te acarician, como el mar suena
todavía
desde tu corazón?
Nuestro cuerpo encontremos.
Tras la puerta, otro fuego
devora las montañas,
los sueños
y los hombres. No digas
nunca: “hay tiempo,
hay tiempo”. Tal vez
mañana mismo,
buscando entre los muertos
el cuerpo del hermano,
nuestro cuerpo encontremos.
Diario de Campaña
1
Detrás de nuestros actos, como una piel
de voluntad sin tregua, somos
nuestros propios antepasados. No hay roca
que no sea memoria de nosotros, no hay
trigo ni lamento
que no hayamos sembrado o desgajado. Sobre
estos mismos campos donde otros derramaron
las lunas de su sangre, y se alzaron los látigos
y nadie dijo nada: caminamos. A nuestro paso dejan
los muertos de morir, los aún no nacidos
respiran libremente.
(Después de aquella vida que en la ciudad vivimos
como una muerte a medias, esta otra que avanza
sobre el hilo de los disparos en la noche,
alta en el corazón nos reconforta.
¡Oh vida amenazada, golpeada
por los vientos, al aire siempre al aire
y delante de si misma siempre! Tal,
en pos de nosotros, avanzamos, somos
nuestro destino, la patria de los tiempos.
Y desde estas llanuras que son otras, entre
los altos bosques o relámpagos, nos miramos
llegar, nos saludamos).
¡Saluda tierra nuestro paso,
que tuyo es: callado
como el peligro, fértil
como tus leyes, revelado milagro! ¡Salúdalo
en la sangre, en la flor que se abre o en la tumba
que se cierra como una flor sin nadie!
LA VERDADERA HISTORIA DE HU-TSANC, EL PINTOR
Frente a Ia casa de Hu-Tsang, en la Colina
de los Seis Almendros, sólo crece
el furor de la batalla: llegó la primavera y todavía
no se vislumbra al vencedor.
Es una lanza negra de arco iris
frente a Ia casa de Hu-Tsang.
Frente a la casa de Hu-Tsang, en la colina
florece la matanza, los hombres caen
mas pronto que las hojas
y el otoño es un río de sangre,
el otoño es un río de sangre que pasa
frente a la casa de Hu-Tsang.
Hu-Tsang lo mira
todo con un manojo de pinceles ávidos,
no conoce otras flechas, se inclina
y se levanta como un árbol
su brazo. Luego bebe un amargo,
dulcísimo brebaje de ciruelos. Cuando acaba
la guerra, entre los restos
de la Colina de los Seis Almendros
no queda nada sino un lienzo blanco.
Hace ya miles de años que pasó todo esto.
Nadie se acuerda de la guerra. Existe
una colina que se llama Hu-Tsang.
Está siempre cubierta por el viento.
NOCTURNO DE VERMONT
Me han contado también que allá las noches
tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra.
¿Es cierto que allá en Vermont, cuando sueñas,
el silencio es un viento de jazz sobre la hierba?
¿ Y es cierto que allá en Vermont los geranios
inclinan al crepúsculo,
y en tu voz, a la hora de mi nombre,
en tu voz, las tristezas?
O tal vez, desde Vermont enjoyado de otoño,
besada tarde a tarde por un idioma pálido
sumerges en olvido la cabeza.
Porque en barcos de nieve, diariamente,
tus cartas
no me llegan.
Y como el prisionero que sostiene
con su frente lejana
las estrellas:
chamuscadas las manos, diariamente
te busco entre la niebla.
Ni el galope del mar; atrás quedaron
inmóviles sus cascos de diamante en la arena.
Pero un viento más bello
amanece en mi cuarto,
un viento más cargado de naufragios que el mar.
(Qué luna inalcanzable
desmadejan tus manos
en tanto el tiempo temporal golpeando
como una puerta de silencio suena).
Desde el viento te escribo.
Y es cual si navegaran mis palabras
en los frascos de nácar que los sobrevivientes
encargan al vaivén de las sirenas.
A lo lejos escucho
el estrujado celofán del río
bojar por la ladera
(un silencio de jazz sobre la hierba).
Y pregunto y pregunto:
¿Es cierto que allá en Vermont
las noches tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra?
¿ Es cierto que allá en Vermont los geranios
otoñan las tristezas?
¿Es cierto que allá en Vermont es agosto
y en este mar, ausencia… ?